martes, 8 de agosto de 2017

"El ñobro" Por Iván W. Tovar

Iván W Tovar es escritor Colombiano; tiene veintidos años y reside en Cartagena de indias. Es estudiante de psicologia. Maneja el blog literario http:/anxiedatt.blogspot.com.co y un canal de YouTube donde comparte relatos que recorren temas como: el miedo, la ansiedad, la depresion, la locura, la soledad y la cobardia de vivir con la mentira como una de las principales fuentes del sufrimiento.

Esa noche se había ido la luz en el barrio. Me desperté apenas escuche sus pisadas en el pasillo. “¡papá!, ¡papá!”, venía gritando, “hay algo debajo de mi cama, papá”. Yo me levanté de un salto espantado, mi esposa se levantó igual de rápido que yo. Abrimos la puerta entre la oscuridad, y pude ver con la poca luz que había, las lágrimas de mi pequeña Luciana. Se aferró a mi mientras seguía gritando, “hay algo debajo de mi cama, papá, hay algo y Fanny no despierta… ¡hay algo, hay algo!”.
—Ya pasó, princesa, seguro era una pesadilla —le decía yo para tratar de calmarla.
         —No papá, ¡no ha pasado!, hay algo debajo de mi cama y Fanny no despierta… —lloraba y hablaba a la vez. Miró la puerta del cuarto con temor, hacia el suelo, como si algo viniera arrastrándose de la oscuridad del pasillo; luego gritó más fuerte, su voz fue un alarido que me estremeció el cuerpo—. ¡No despierta papá! ¡Le pegaba y no despertaba!
     Mi esposa se colocó una toalla sobre los hombros, y prendió el celular para ir a la cocina; cuando volvió, traía una vela prendida en un pequeño plato.
         —Ven cariño, vamos para que veas que no hay nada —le dijo mi esposa.
     Yo caminaba detrás de ellas, las sombras de los objetos se movían de un lado para otro a medida que mi esposa caminaba con la vela. Pasamos por el baño, luego por la habitación que estaba llena de mis herramientas y cosas viejas; al llegar a la habitación de mis hijas, Luciana me dio la mano para que la agarrara, y entramos junto con mi esposa. La cama de Luciana tenía las cobijas tiradas en el suelo, en la otra cama, arropada hasta los hombros, estaba mi otra niña, mi querida Fanny; parecía un ángel durmiendo en una nube… Se veía tan… curiosa, que a mi esposa y a mí nos tranquilizó.
     Le quité la vela a mi esposa para colocarla en el piso, me asomé debajo de las dos camas, incluso abrí las puertas del closet, para mostrarle a mi pequeña Luciana que todo estaba bien…
—¡Rasguñaba el piso papá! —Decía mientras volvía a llorar, miró a Fanny y luego a su cama; abrazó a mi esposa y susurró— ¡Créeme mamá! ¡Hacía como un perro! ¡Créeme!
     Yo había revisado todo el cuarto, no notaba nada extraño, ni siquiera el viento se escuchaba. Pero ver a mi hija así me aterraba, ninguna de mis hijas había temido nunca antes a la oscuridad… Pues, mi esposa y yo somos ateos, y educábamos a nuestras niñas de una manera muy distintas a como lo hacen los creyentes; nunca les hablábamos de brujos, de demonios, de hechicerías ni nada de eso. Ellas sólo le temían a sacar una mala nota en el colegio, o,a que se fuera la luz cuando iban a dar sus programas favoritos.
         —Bueno, ¿Qué te parece si duermes con nosotros? —le propuse, pero ella levantó su bracito y señaló a Fanny— Listo, Fanny dormirá también con nosotros —le aseguré.
     Al día siguiente mi hija estaba tranquila. Fanny ni siquiera se despertó en la noche mientras la cargaba para llevarla con nosotros; en la mañana le preguntó a mi esposa por qué la habían cambiado de cama, mi esposa sonrió y le dijo que su hermana había tenido pesadillas.
     Los días transcurrieron, todo estaba bien. Hasta que… Hasta que una noche sentí que algo me lamia el pie derecho; al principio pensé que era un sueño, pero el roce de la lengua era rápido y fastidioso, se sentía demasiado real; trataba de levantarme, mis ojos estaban abiertos e inútilmente sólo podía mover algunos dedos de las manos, mi cuerpo no reaccionaba. Tanta fue la impotencia que solté un grito y mi esposa se levantó corriendo a prender el bombillo.
Justo al momento de sentir la luz en mis ojos, me senté lentamente en la cama, la cabeza me dolía; me sentía mareado. Antes de mirarme el pie mi esposa ya lo estaba viendo… Lo tenía cubierto de sangre en la planta, como si me hubieran hecho trazos desordenados utilizando un pincel con pintura roja.Limpié la sangre con la sabana para ver si tenía alguna herida, pero nada, la sangre no era mía.
     Mi esposa y yo nos quedamos viendo por cuatro o cinco segundos, en silencio, confundidos y aterrados; no sabíamos que conclusión sacar, sé que ella también había recordado aquel día; el día en que Luciana, corrió a media noche a nuestro cuarto gritando había algo debajo de su cama. Sin decirnos nada, salimos corriendo al cuarto de nuestras hijas. Al entrar prendimos el bombillo, las dos dormían muy tranquilas. Todo era silencio y calma. Cuando iba apagar el foco, creí ver algo, como una gota.
     Me acerqué para mirar bien, y, noté una gota de sangre bajando por el borde de la cama de mi pequeña Fanny, abajo ya había un pequeño y ovalado charco. Ella estaba arropada hasta los hombros, como de costumbre, como le gustaba dormir; lo extraño era que estaba muy al borde de la cama y la sabana se veía húmeda...
La respiración se me aceleró, me acerque despacio, como tratando de no despertarla. Agarre la sabana y la quité de un solo tirón del cuerpo de Fanny; lo único que recuerdo de ese momento es el fuerte grito de mi esposa y el olor. Un olor como a… ¡Carne fresca! El vientre de mi hija estaba abierto, se podía ver su piel rasgadas a tirones, como si un animal salvaje se hubiera alimentado de ella.
     Ese olor de la sangre; esa manera en cómo se movieron las tripas cuando quité la sabana; como una docena de gordas lombrices resbalándose al suelo… ¿Díganme, cómo olvidar eso?
     Cuando reaccioné, me di cuenta que en la otra cama, Luciana estaba despertando; corrí a cogerla de la cama para que no viera aquella espantosa imagen, y salí con ella para la sala. Mi respiración estaba muy agitada, mi esposa se había quedado llorando en el cuarto; senté a Luciana medio somnolienta en una silla mientras me preguntaba que pasaba. Corrí a coger el teléfono fijo —¡Ay!, ¡recuerdo como me temblaban las manos mientras marcaba!—; llamé a emergencias; y… todo fue horrible ¿saben? Mi esposa duró cinco semanas internada en una clínica psiquiatra; mi hija lloró tanto la pérdida de su hermana, que se convirtió en una niña amargada, no hablaba con nadie, no reía.
     Como ya les había dicho, el resultado de la autopsia de mi hija fue aterrador. Al cuerpo le hacía falta un riñón, la mitad de un pulmón, y el hígado; tenía mordeduras de una dentadura humana; nadie se podía explicar que había ocurrido; todo llegó a tal extremo que a mí y a mi esposa nos hicieron análisis para saber si fuimos nosotros. Pero no, por más que le decíamos que no sabíamos que había ocurrido no nos creían. Quiere decir que, no hubo investigación alguna, no hubo pruebas contra nadie.
     Después de cinco meses, cuando ya queríamos retomar una nueva vida y olvidar lo sucedido. Nos mudamos a esta ciudad; yo conseguí trabajo como profesor de química y mi esposa como enfermera. Las primeras dos semanas fueron encantadoras, conocimos la ciudad y también uno que otros nuevos amigos; a mi hija Luciana le festejamos su décimo cumpleaños en Mc Donald.
     La casa es un poco más pequeña que donde vivíamos antes, sólo tiene dos cuartos, un baño, una cocina y una sala.
     Cuando ya mi hija empezaba a mejorar, cuando mi esposa ya estaba dejando de tomar antidepresivos. Cuando ya empezábamos a superarlo todo…
     Perdón, se… se me es difícil continuar.
     Lo que sucedió anoche la mayoría de ustedes no me lo creerán. Pero estoy cumpliendo con decirles la verdad.
     Hoy en la madrugada, o media noche, no recuerdo, me levanté a orinar, como siempre lo hago; el baño queda entre las dos habitaciones. Creí escuchar algo, pero no le presté atención, tenía sueño y es normal que uno imagine cosas cuando tiene sueño. Luego que terminé de orinar escuché más claro.
—¿Quién eres? ¡No me hagas daño! Por favor. Por favor —era la voz de mi hija Luciana, apenas era un susurro. El corazón se me quería salir del pecho; pensé en salir corriendo a la habitación, pero decidí seguir escuchando y pegué el oído a la pared.
         —Me llamo Ñobro —dijo una voz horrible, como la de un viejo enfermo, o como la de un monstruo. Ni en cine había escuchado yo una voz tan espantosa.
         —No me hagas daño, por favor —decía mi hija, y empezó a llorar. Escuché un gruñido, como el de un perro cuando te quiere morder. Y luego, no sé qué escuché primero, si el sonido de la carne siendo arrancada del cuerpo de mi hija, o sus gritos.
     Salí corriendo al cuarto de Luciana; abrí la puerta y enseguida prendí el foco. Mi hija estaba en una esquina de la cama, acurrucada; cuando me vio me mostró su brazo izquierdo, o lo que quedaba de él, sangraba en abundancia. El Ñobro le había arrancado el brazo a la altura del codo. Tenía un muñón horrible, se le veía la astilla del hueso y la carne maltratada.
—¡Papa, ayúdame! ¡Me duele mucho! —Gritaba, sus mejillas estaban inundadas de lágrimas.
La cargué y la llevé a mi cuarto, cuando mi esposa se levantó se puso a llorar, pero actuó muy rápido; cogió un cordón de uno de mis zapatos, le amarró el bracito con varias vueltas y un nudo para parar la hemorragia. Después tomó una toalla y le envolvió el muñón.
     De camino al hospital, mi hija perdía y recuperaba el conocimiento constantemente por la pérdida de sangre. Cuando despertaba decía cosas extrañas. Cosas como:
         —Era un hombre perro, papá. Caminaba como perro… tenía mucho pelo, mucho pelo, papá. Tenía dientes amarillos, tenía la cara peluda…Tengo miedo… Me dolió mucho, mamá… Caminaba como perro —y luego se desmayaba, cuando despertaba decía lo mismo, una y otra vez. En estos momentos no sé cómo está, pues, ustedes querían que les contara todo lo sucedido, y eso hice.
¡Por favor, ayúdennos! Mi familia y yo tenemos mucho temor…¡Ayúdennos por favor!, por favor oficial. Si no me cree lo que le conté, entonces busque el brazo de mi hija. Yo lo busqué por todas partes en la casa mientras mi esposa le paraba la hemorragia, ¡por todas partes!… y no lo encontré, no lo encontré. Ayúdennos. Se los ruego…

     ¡Lo busqué por todas partes!

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